El nombre de la bodega y el vino lo adoptamos como recuerdo a uno de los iconos de nuestra vida, un antiguo convento cistercience (Convento de Santa María de Oreja), abandonado desde hace más de cuatro siglos, situado en el término municipal de Langayo y que domina un valle con forma de oreja.
En el centro histórico de la Ribera del Duero, nace Convento Oreja cuando un grupo de amigos amantes del vino decidimos llevar a cabo un proyecto que latía en nuestras tertulias desde hacía tiempo: disfrutar de la amistad alrededor de una copa de nuestro propio vino, de una copa que recogiese nuestro propio estilo, nuestra pasión, nuestro trabajo y el de la naturaleza en las tierras de la Ribera del Duero.
El Duero a su paso por nuestra tierra de Peñafiel confirma con creces su naturaleza de espacio privilegiado para la obtención de vinos excepcionales. Sus brumas ciñen y acarician los racimos de uva confiriendo a los vinos esa mezcla de vigor y finura que los caracteriza. Nos basamos en las enormes posibilidades de la variedad de uva Tinta del País, que regala vinos ricos en cuerpo y color, tintos guardianes de aromas ilustrados, tostado, maduros, sustanciosos, con el sabor de la fruta en sazón y un sorprendente relieve tánico.
El nombre de la bodega y el vino lo adoptamos como recuerdo a uno de los iconos de nuestra vida, un antiguo convento cistercience (Convento de Santa María de Oreja), abandonado desde hace más de cuatro siglos, situado en el término municipal de Langayo y que domina un valle con forma de oreja.
Y como fruto de esta pasión nacen los vinos Convento Oreja que hoy están en el mercado. Vinos elegantes, equilibrados y plenos de carácter, creados al ritmo de la vida monástica, a través de la paz y la quietud de las barricas de roble que les han dado cobijo.